Publicado el marzo 15, 2024

La escenografía no es un fondo decorativo para la acción, sino un sistema narrativo autónomo que debe contar la historia por sí mismo.

  • El espacio escénico debe funcionar como un lenguaje, donde cada elemento (luz, material, objeto) es un signo con un significado preciso.
  • La clave es pasar de diseñar «decorados» a construir una «dramaturgia espacial» que genera emoción y sentido antes de la primera réplica.

Recomendación: Deje de pensar en los objetos como sustantivos y empiece a tratarlos como verbos. Una silla no es una silla; es «esperar», «dominar» o «aislar».

El error más común en el teatro es concebir la escenografía como un simple telón de fondo, un decorado pasivo que se limita a situar geográficamente la acción. Se invierten recursos en crear estancias visualmente atractivas, salones llenos de objetos o paisajes detallados que, en el mejor de los casos, no molestan a la interpretación. Pero esta visión reduce el espacio a un adjetivo, cuando su verdadero poder reside en ser un verbo. La verdadera maestría no consiste en llenar el escenario, sino en cargarlo de significado. Elementos como el color, la forma, la textura o la luz no son meros componentes estéticos; son los fonemas de un lenguaje silencioso pero elocuente.

La práctica habitual se centra en la funcionalidad o en la ilustración literal del texto. Si la obra transcurre en una biblioteca, se construye una biblioteca. Pero, ¿y si la clave no fuera mostrar la biblioteca, sino el peso del conocimiento, la soledad del intelectual o la asfixia de la tradición? Aquí es donde debemos romper con la concepción de la escenografía como decoración y abrazarla como dramaturgia espacial. Se trata de una disciplina arquitectónico-semiótica que entiende el espacio como un sistema de signos activo, capaz de comunicar ideas complejas, generar tensiones y contar la historia de forma autónoma.

Este artículo no es un catálogo de trucos decorativos. Es una metodología para aprender a pensar el espacio como un dramaturgo. Exploraremos cómo el vacío puede comunicar más que la abundancia, cómo traducir conceptos abstractos en decisiones materiales concretas y cómo cada elemento, desde una pequeña escultura hasta la elección de un material, puede transformar radicalmente la percepción del espectador y la propia naturaleza de la obra. El objetivo es que la escenografía deje de ser un contenedor para convertirse en contenido, un personaje más en la narrativa.

¿Por qué el escenario vacío de Peter Brook comunica más que escenografías recargadas?

La máxima de Peter Brook sobre el «espacio vacío» es la piedra angular de la dramaturgia espacial. No es una apología de la austeridad por la austeridad, sino un principio semiótico fundamental: la ausencia de signos es, en sí misma, el signo más potente. Un escenario sobrecargado de objetos y detalles impone una lectura, satura la imaginación del espectador y compite por la atención con el actor. Por el contrario, un espacio depurado obliga al público a participar activamente en la construcción del significado. Cada objeto presente en ese vacío adquiere una carga simbólica monumental.

Pensemos en la propuesta del Terral Teatro, donde un escenario con una sola silla y una pared rota puede sugerir más que un salón amueblado. La silla deja de ser un mueble para convertirse en un «objeto-verbo»: puede significar espera, poder, soledad o desafío. La pared rota no es un defecto de construcción, sino una metáfora de una fractura emocional o social. El vacío circundante actúa como un amplificador, enfocando toda la atención en la interacción entre el actor y estos pocos elementos cargados de intención. Se establece un diálogo entre la plenitud del cuerpo del intérprete y el vacío significativo del espacio.

La clave es la eliminación radical de todo elemento puramente decorativo. Cada objeto sobre el escenario debe pasar una prueba: ¿aporta un significado que la acción por sí sola no puede transmitir? Si la respuesta es no, debe desaparecer. Este ascetismo no empobrece la escena, sino que la enriquece, creando un «espacio sagrado» donde la imaginación del espectador tiene el campo libre para completar lo no dicho y lo no mostrado, generando una experiencia teatral mucho más profunda y personal.

¿Cómo transformar «soledad urbana» en decisiones concretas de escenografía?

El verdadero trabajo del dramaturgo espacial comienza aquí: en la traducción de un concepto abstracto a una sintaxis visual tangible. Tomemos la «soledad urbana». No se trata de poner un cartel de «soledad», sino de construir un sistema de signos que la evoque sensorial y emocionalmente en el espectador. El proceso es deductivo: se descompone la emoción en sus componentes perceptivos y se les asigna un correlato material.

La soledad urbana se asocia a menudo con la frialdad, la indiferencia, la incomunicación y la repetición anónima. ¿Cómo se traduce esto en decisiones de diseño?

  • Materiales: Se optará por superficies frías y no porosas. El acero cepillado, el hormigón pulido o el cristal esmerilado reflejan la luz de forma impersonal y no retienen el calor humano. Evocan una sensación táctil de frialdad incluso antes de ser tocados.
  • Luz: Una luz de neón, con su resplandor azulado o blanco clínico, crea sombras duras y definidas, fragmentando el espacio. A diferencia de la luz cálida incandescente, la luz de neón subraya la artificialidad y el aislamiento.
  • Geometría: Las líneas diagonales y los ángulos agudos generan una sensación de inestabilidad y tensión. Una composición asimétrica, con planos que no se encuentran y caminos que llevan a ninguna parte, materializa la desorientación y la falta de conexión.

El objetivo es crear un entorno que «actúe» la soledad. El actor que se mueva en este espacio no necesitará decir «me siento solo»; el frío reflejo del acero en su rostro, la dureza de la luz sobre su piel y la geometría hostil del entorno ya lo estarán gritando. La escenografía se convierte en una extensión de la psicología del personaje y en el catalizador de la atmósfera.

Espacio escénico con superficies de acero y cristal reflejando luz fría de neón azulado que simboliza la soledad urbana.
Escrito por Javier Mendoza, Javier Mendoza es dramaturgo y director de escena con 18 años de trayectoria profesional, licenciado en Artes Escénicas por la RESAD de Madrid y autor de 9 textos teatrales estrenados en teatros públicos y privados de España. Actualmente dirige su propia compañía independiente, con la que ha producido montajes galardonados en certámenes nacionales de artes escénicas, y colabora como docente en talleres de escritura dramática en escuelas de teatro de Madrid y Barcelona.