Publicado el mayo 11, 2024

El mayor error del dramaturgo no es escribir malos diálogos, sino escribir literatura en lugar de teatro.

  • El texto teatral es una partitura física diseñada para ser encarnada, no un relato para ser leído en silencio.
  • Cada línea debe funcionar como una «palabra-acción» que justifique la respiración, el movimiento y la emoción del actor.

Recomendación: Deja de escribir para el lector y empieza a componer para el cuerpo del actor en el espacio escénico.

La frustración es un sentimiento común para el dramaturgo. Pasas meses puliendo un texto, creando diálogos que crees brillantes, solo para ver cómo se desinflan en la sala de ensayo. Las palabras que en la página sonaban potentes, en boca del actor se vuelven pesadas, artificiales, inexplicables. El actor pregunta: «¿Pero qué hago mientras digo esto?». Y en esa pregunta reside el abismo que separa al novelista del dramaturgo, a la literatura del teatro.

Se nos dice constantemente que los diálogos deben ser «naturales», que debemos «mostrar, no contar». Son consejos bienintencionados pero insuficientes. Omiten la clave fundamental de la escritura dramática: el texto no es el fin, es el principio. Es un mapa, una partitura. La verdadera pregunta no es «¿qué dice el personaje?», sino «¿qué hace el personaje al decir esto?». El diálogo es acción física, aunque el actor no se mueva del sitio.

Pero entonces, ¿si la clave no es la belleza literaria, sino la funcionalidad escénica? Este artículo propone un cambio de paradigma: la doble alfabetización. Se trata de aprender a escribir en dos idiomas a la vez: el de la calidad literaria que satisface al lector y el de la partitura física que nutre al actor. La palabra debe ser inseparable del cuerpo que la pronuncia, del aire que consume y del silencio que la rodea.

A lo largo de estas secciones, deconstruiremos este enfoque. Exploraremos cómo transformar la psicología de un personaje en acción verbal, cómo las limitaciones de producción pueden ser un motor creativo y cómo la estructura temporal y el conflicto se convierten en herramientas para esculpir la experiencia del espectador, no solo para contar una historia. Es hora de dejar de escribir textos y empezar a construir mundos escénicos.

¿Por qué un buen novelista suele fracasar en su primera obra de teatro?

El novelista es un dios omnipotente que construye mundos con descripciones, moldea pensamientos internos y controla el ritmo de la lectura. El dramaturgo, en cambio, es un arquitecto que diseña un plano y luego entrega las llaves. El novelista describe la tristeza; el dramaturgo debe escribir palabras que provoquen la tristeza en un actor y, a través de él, en el público. Esta es la diferencia fundamental: la palabra-acción.

El error más común del novelista que se aventura en el teatro es escribir diálogos que explican en lugar de actuar. El texto se llena de información que los personajes ya conocen, de monólogos internos disfrazados de conversación y de descripciones que un actor no puede interpretar. La escritura novelística se dirige a la mente del lector; la dramaturgia se dirige al cuerpo del actor. Cada línea debe poder ser proyectada, respirada y justificada físicamente en un espacio.

La transición exige un ejercicio de humildad y una nueva comprensión del proceso creativo. El texto teatral es, por naturaleza, incompleto. Es una invitación a la colaboración. Espacios como el Obrador de la Sala Beckett en Barcelona son fundamentales porque fomentan este encuentro entre autores, directores y actores, donde el texto se prueba, se tensiona y se descubre en el espacio, no solo en la página. El novelista debe aprender a soltar el control y a confiar en que el director y los actores completarán su obra. Su trabajo no es entregar un producto acabado, sino una partitura física rica en posibilidades.

Para lograrlo, es crucial entender las diferencias clave entre ambas escrituras:

  • El diálogo como acción: La palabra teatral no informa, hace. Un personaje no dice «estoy enfadado», sino que acusa, hiere o provoca con sus palabras.
  • Eliminación del mundo interior: Los pensamientos y sentimientos deben manifestarse a través de lo que se dice y, sobre todo, de lo que se calla.
  • La palabra como guía rítmica: La puntuación, la longitud de las frases y las repeticiones son indicaciones para el actor sobre el ritmo y la respiración del personaje.

¿Cómo escribir que un personaje está celoso sin que diga "estoy celoso"?

La respuesta reside en una de las herramientas más potentes y definitorias del teatro: el subtexto. El subtexto es todo aquello que un personaje piensa y siente pero no dice, la corriente emocional subterránea que fluye bajo la superficie del diálogo. Escribir que alguien está celoso sin usar la palabra «celos» no es solo un truco estilístico; es la esencia misma de un diálogo teatral vivo y creíble. La gente rara vez verbaliza sus emociones más complejas de forma directa, y los personajes tampoco deberían hacerlo.

Mostrar los celos requiere construir una tensión entre lo que se dice y lo que se hace o se insinúa. Se trata de la dramaturgia del silencio, donde las pausas, las evasivas y las preguntas aparentemente inocentes están cargadas de significado. Un personaje celoso no confronta directamente, sino que lanza ataques velados, interroga con una precisión quirúrgica sobre detalles sin importancia o cambia de tema de forma abrupta cuando la conversación se acerca demasiado a la herida.

Dos actores españoles en escena mostrando tensión emocional de celos a través del lenguaje corporal
Escrito por Javier Mendoza, Javier Mendoza es dramaturgo y director de escena con 18 años de trayectoria profesional, licenciado en Artes Escénicas por la RESAD de Madrid y autor de 9 textos teatrales estrenados en teatros públicos y privados de España. Actualmente dirige su propia compañía independiente, con la que ha producido montajes galardonados en certámenes nacionales de artes escénicas, y colabora como docente en talleres de escritura dramática en escuelas de teatro de Madrid y Barcelona.